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Espinas de Brugmansia

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Raffaertuto's avatar
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El destino de aquellas personas que hicieron de mi vida miserable ha variado. No solo el método, sino que además el grado de crueldad aplicado. A algunas les hice pagar por días, manteniéndolos encerrados hasta que su cordura se desvaneció entre gritos y golpes de miseria; a otros decidí exterminarlos con rapidez, pues el castigo anterior era más un honor otorgado a los que me golpearon constantemente. El salón rojo en el que escribo esto está lleno de cuerpos fétidos, todos en descomposición. La sangre también huele mal, y no creo poder reconocer los rostros de todos, ya que en mis ataques de ira decidí arrancárselos a golpes. Para una delicada flor como la rosa esto es un acto muy vil, pero con el tiempo aprendí que hay que tener veneno. Las doncellas más hermosas no deben doblegarse ante la voluntad de los demás, cuyas acciones están llenas de odio por el mundo, la sociedad, lo que los rodea. En cambio, una dama, o bien, todos debemos saber mantener nuestro puesto con dignidad. Lastimosamente, aprendí esto muy tarde. Dejé que el rencor se comiera hasta el último ápice de piedad en mí, pero el remordimiento quedó. Sé que, tarde o temprano, estas personas serán buscadas por sus familiares. Serán rastreados por la policía, y esa búsqueda los llevará a mí. Los recibiré con los brazos abiertos, pues aquellos policías no merecen mi ira. Ellos sólo hacen su trabajo.

Siento mucho haber hecho esto, la obra que comenzó todo esto. Fue algo en realidad sencillo, pero hermoso. Cada vez que pienso en lo que le hice a esa mujer que ocupaba el puesto de directora en la institución donde me maltrataban me duele el pecho, pero una parte de mí lo disfruta. Ella era una gran fanática de la jardinería, y nos hacía ayudar con su jardín siempre que teníamos tiempo libre; no en los recreos, porque los padres terminarían quejándose. Lo único que hacíamos era arrancar las plantas que se habían marchitado, y aprovechábamos para observar la belleza de la naturaleza. Algunos jugaban con la tierra, aunque terminaban castigados. Un día descubrí una flor roja, intensa, hermosa. Intenté agarrarla, pero mi dedo se pinchó con una de sus espinas. Cuando dejé de quejarme vi mi dedo: de él brotaba un líquido igual de rojo, intenso, cautivador. Me espanté, e inmediatamente corrí hacia la profesora que estaba cuidándonos. Desde ese día dejé de recoger las flores y me puse a sacar los frutos podridos. A la directora no le importó y siguió haciéndonos ayudar en su jardín del edén, como ella lo llamaba. Fui a la oficina de esa mujer incontables veces tras los constantes maltratos de mis compañeros de clases, aunque nunca por los golpes de la profesora abusiva. Ella lo justificaba diciendo que era una mujer débil, que debía defenderme y pelear. Tenía razón: debí intentar detenerlos, pero me daba miedo. Aún así, ella murió a manos de su ex-alumna, pues jamás hizo nada para ayudarme. Aquella mujer recibió un castigo poético.

La invité a mi casa. Ya estaba mayor, quizás con unos sesenta años. No perdió su porte, ni su mal carácter. Asistió por mera presión social, y la idea de que si estaba rodeada de gente adinerada como yo su posición económica también mejoraría. Sobra decir que la mujer no dejó su trabajo como directora, y que lo ejercía con orgullo día a día, sin poder mandar a los demás niños a recoger las plantas marchitas. Gracias a que hizo un acuerdo con los padres de sus alumnos, pudo contratar jardineros para la institución, sin saber que la mitad de ellos iban a su propia casa para arreglar su preciado espacio verde. Ella era fanática de las bebidas hechas a base de hierbas, como el té en todos sus colores o el café hecho con granos recién molidos; aunque bien, su favorito era el té de rosas, el cual encuentro grotesco. La invité a pasar, y con sus ropas blancas imitando el estilo de la reina de Inglaterra, sus perlas falsas y su maquillaje excesivo. Era una de esas señoras que desesperadamente y a pesar de sus escasos recursos compra las cosas más ridículas y extravagantes para aparentar una posición económica mayor a la real. Su sombrero tenía flores de plástico que parecían ser de pavo real. Estaban un poco desteñidas debido al uso constante. Dejó su bolso de mano en la mesa y se sentó con calma, mirándome indiferentemente. Le sonreí nerviosa; nunca he sido buena para socializar. Le invité una taza de té, y por un momento pude ver un ligero brillo en sus ojos.

Traje el servicio de té por mi cuenta, y ella se mostró extrañada. Al principio no supe muy bien la razón, pero debió de ser porque creyó que poseía sirvientes. Jamás me ha gustado eso: mandarle a alguien. Además, prefiero hacer las cosas por mi cuenta y que queden bien, o si no, saber que di lo mejor. Ya sabes, diario, porque todos tenemos una utilidad, y me gustaría descubrir la mía pronto. Junto al té también llevé un jugo para mí, porque aborrezco el sabor de esa bebida. La señora empezó a hablar con su voz histérica, con la que nos regañó tantas veces; con sus dientes postizos, los cuales ya se estaban gastando. Con sus delirios de grandeza, contando hazañas de nietos que jamás tuvo. La mujer, sin embargo, no tocó la taza en un buen rato. El té ya se estaba enfriando, y aproveché la ocasión para pedirle que cambiáramos de lugar para ir al piso de arriba y disfrutar un poco de la vista que tenía desde mi balcón, el cual da hacia un patio lleno de flores. Como era costumbre en ella, dejó la bebida sin tocar en la mesa. Fue ahí cuando los añadí. Le llevé la taza en una mano, y el jugo en la otra; ya ni siquiera recuerdo de qué fruta era. Emocionada, la señora contemplaba mi patio y señalaba las plantas que había ahí. Vio acónito, adelfas, narcisos, belladona, azafrán de otoño, rododendro, daphne. Todas ellas hermosas flores con hermosos y llamativos colores.

Debo admitir que le agradezco haberme obligado a cuidar sus plantas. De no ser por ella, jamás me habría interesado en las rosas, preciosas flores que encarnan la pasión y el amor; no solo eso, sino que están teñidas con un rojo fuerte, hechizante, profundo, encantador. Fue la última flor en la que se fijó antes de darse la vuelta y agradecerme la invitación, ya que tal jardín lleno de tantas flores tan diversas y exóticas le alegró el día. Me dio un beso en la mejilla y vio que tenía todavía la taza de té en la mano. Le dio un sorbo, y se preguntó qué eran esos pétalos en su boca. De seguro asumió que eran pétalos de rosa añadidos para decorar su té favorito, o eso creo que asumió hasta que vio las brugmansias en una esquina, donde había una flor sin pétalos. Volvió la mirada hacia mí, extrañada, mientras intentaba decir algo. Estaba tragando un último sorbo de té, y luego vio la taza: quedaban tres trozos de pétalos rosados en la misma. Intentó escupirlos, pero ya era inútil. Le presté una silla para que pudiera reposar mientras el veneno hacía efecto. Pude ver que sus pupilas se dilataban y su mirada se perdía en el cielo, a su izquierda. Sus manos se movían impacientemente. No estaba entrando en una crisis nerviosa, sino que estaba en un estado alucinógeno. Me senté junto a ella y le volteaba la cara para verle el rostro, pero se negaba y seguía viendo el cielo. Lo más que pude ver antes de que muriera era un rostro blanco, arrugado por el pasar de los años y el estrés; una cabellera castaña que empezaba a perder su color, aunque su brillo murió años atrás, cuando era niña. Estaba embobada, balbuceando cosas que por mucho que analice y analice no tienen sentido, en ningún idioma. No parecían palabras. Su última palabra fue "gracias", mientras dejaba que su cuerpo cayera en la silla.

Su cuerpo, a día de hoy, yace en el mismo balcón donde murió. Es el único que he intentado conservar como estaba al inicio. Claro, se descompone con el paso de los días, pero no derramó ni una gota de sangre, y su mirada sigue perdida. Aún veo esas pupilas muertas fundirse con el horizonte, esas manos inquietas y ese balbuceo incesante. Aún la veo mandándome a seguir con mi labor tras pincharme con una rosa. La veo ahí, en su silla, explicándome lo inútil que era si no respondía con un golpe. La veo recogiendo el desastre de tierra, y tirándoselo a los revoltosos que dañaron su tierra. Y ahí está, reducida a una vieja cáscara que contiene un veneno mortal. Su silueta se dibuja en el pasillo con la puesta del sol. Miro melancólicamente esa sombra, y a veces creo que su cabeza gira para verme. Cómo no, esto es sólo mi imaginación.
Continuación de "Espinas." Para mejorar la experiencia, leer el relato mientras se escucha esto:

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Comments6
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ACitric's avatar
Good!

...

Ok, no, que luego me persigues con un hacha.

No sé muy bien qué comentar exactamente, pero el relato me ha gustado bastante. La muerte es muy... ¿elegante? y rara, supongo que estoy acostumbrado a tus sangrientos relatos. Hay algo que no entendí bien: ¿Por qué la mujer dice "gracias" al morir?

Por cierto: No se te ha ocurrido que un grupo de cadáveres en una casa descomponiéndose dejan una peste inaguantable? Dice que son fétidos, y que huelen mal, pero aún así, sería simplemente inaguantable, para ella, o incluso para sus vecinos xD Sé que es una tontería, pero desafía un poco a la lógica. Haz que la joven tire la basura, por favor. :dummy:

Buen trabajo! Eso sí~